Manuel estaba durmiendo cuando escuchó ruidos en el pasillo. Se extrañó y se incorporó, escuchando mejor. Los pasos se acercaban cada vez más, y pronto alguien llamó a la puerta de su habitación.
Manuel abrió la puerta, atónito al ver quién estaba delante. Era su vecina latina Cristal, con solo un diminuto shorts de seda azul y un top negro. Tenía la piel morena, grandes pechos y un cuerpo escultural.
Manuel tragó saliva, embobado en ella. Cristal sonrió, coquetamente. «Hola Manuel, ¿puedo pasar? Necesito tu ayuda con algo…». Su mirada sugería claramente otras intenciones.
Manuel accedió, alelado. No tardó en ver que Cristal tenía los pezones erectos bajo el delgado top. Era de noche e iba en pijama, asegurando su deseo de seducirlo.
Cristal se acercó lentamente a él y agarró su entrepierna, apretando con fuerza. Manuel gimió, excitado al tacto. No tardó en verse endurecido por completo bajo su mano.
«Me encanta ver lo que provoco en ti», susurró Cristal. Manuel era incapaz de hablar, embelesado por la sensualidad de su vecina.
Cristal se apartó de él y se dirigió a la cama, indicando que debía seguirla. Manuel obedeció sin pensar, guiado por el deseo. La vio deslizarse bajo las sábanas y le rogó que la hiciera suya.
Cristalemitió un gemido de placer al sentirlo introducirse en ella. Comenzó a embestir con fuerza, llevándola a intensos orgasmos. Fue una larga sesión de sexo salvaje, llena de gemidos, jadeos y blasfemias.
Permanecieron enredados en las sábanas, saciados y jadeantes. Se miraron sonriendo, deseosos de volver a unirse. Cristal se ofreció a quedarse toda la noche si Manuel lo deseaba. Él asintió entusiasmado, ansioso de seguir embistiéndola.
Fue una noche de lujuria desenfrenada que ninguno olvidaría. Al fin y al cabo, Cristal tenía la llave de su corazón y su cama. No le importaba verla a diario en el desayuno, recordando su apasionado encuentro nocturno. ¡Qué bien se las arreglaba para seducirlo y satisfacerlo! Manuel sonrió, feliz en sus brazos.