Sofía se miró nerviosa en el espejo del baño. Su camisa de tirantes apenas cubría sus pechos y su falda corta dejaba poco a la imaginación. Estaba preparada para seducir al caballero que la esperaba, pero no podía evitar sentirse cohibida.
Al entrar en la suite del hotel, vio a un hombre elegantemente vestido. Tendría al menos 30 años más que ella, pero su mirada le devolvió una sonrisa lasciva que la hizo estremecer.
El hombre se acercó y acarició su mejilla, sus ojos oscuros y brillantes la examinaron de arriba abajo. Sofía se derritió bajo su tacto. Llevó sus labios a los suyos y la besó profunda y apasionadamente, introduciendo su lengua en su boca.
Reunió el coraje para apartarse un poco y murmurar: «No tan rápido, señor. Aún no hemos comenzado las festividades». El caballero rio complacido y asintió.
Sofía comenzó a desabrocharle la camisa con manos temblorosas, acariciando su pecho al descubierto. Su piel era suave y llevaba el rastro de años de sabiduría. Le fascinaba descubrir y explorar cada centímetro de él.
Pronto estuvieron desnudos y enredados en un ardiente baile de placer. Sofía gimió de satisfacción mientras el hombre la poseía con fuerza y maestría, clavándole las uñas en los glúteos. Había fantaseado tantas veces con un amante así.
Él la dobló y se introdujo en ella por detrás, azotándole las caderas contra las suyas. Sofía alcanzó el orgasmo entre gemidos.
Probó varias posiciones más, degustando cada una de sus delicias. Su encuentro fue apasionado, salvaje y lujurioso. Cuando Sofía se echó en sus brazos, agotada y feliz, supo que volvería a verle. Se había enamorado de sus manos expertas y de la magia de sus caricias.