Juan estaba ansioso por su encuentro con Arianna, una latina de piel canela de 35 años y una figura escultural. Arianna estaba casada, pero odiaba la monotonía de su matrimonio y buscaba aventuras prohibidas.
Juan la había conocido en el bar de un hotel alejado de la ciudad. Arianna vestía un ajustado vestido negro que resaltaba sus grandes nalgas. Su mirada le había mostrado a Juan que ella estaba dispuesta a todo. No tardaron en acordar una cita privada en la habitación de Juan.
Arianna llegó puntualmente y Juan abrió la puerta ansioso. Ella sonrió sensualmente al verlo en ropa interior. Sus ojos recorrieron su torso de atleta y sus pantalones holgados, que cubrían apenas su miembro erecto.
Juan la azuzó para que entrara, luego cerró la puerta y la empujó contra ella, besándola con voracidad. Arianna correspondió el beso con pasión, frotándose contra él.
Juan bajó las manos a sus nalgas grandes y redondas, apretándolas con fuerza. Arianna gimió, encendida. Luego, deslizó las manos bajo su falda y ropa interior, acariciando su sexo húmedo.
Arianna jadeó y se arqueó, pidiendo más. Juan la llevó a la cama y le quitó la ropa, contemplando su cuerpo espectacular. Se colocó sobre ella y comenzó a besar y mordisquear sus pechos y pezones erectos.
Arianna se retorció, suplicante. Juan concedió sus deseos, introduciendo primero los dedos y luego su miembro en la estrecha grieta de Arianna. La penetró con fuerza, arrancándole gritos de placer.
Fue una sesión de sexo loco y salvaje, llena de gemidos, jadeos y susurros obscenos. Nadie en el hotel sospechó de la lujuria que se desataba tras esas paredes. Fue un encuentro furtivo y pecaminoso que Juan jamás olvidaría. Arianna estaba completamente saciada cuando partió, prometiendo más aventuras juntos. Juan sonrió, satisfecho. ¡El día fue perfecto!